Editorial central de Ecuadorenvivo

A Lasso se le cae el país en pedazos, y solo piensa en salvar el ego y su buen nombre.

Ayer, 30 de marzo, un humilde hombre, guardia de seguridad de una casa de empeño de Sauces 9, en Guayaquil, fue víctima del terror de los vacunadores. Ataron a su cuerpo un cinturón de explosivos. Fueron tres horas de angustias y desesperación. Solo Dios sabe lo que pasó por la mente de esa persona.

Seguramente la víctima, en momentos de vida y muerte, no pensó en salvar su buen nombre, sino su vida.

Eso es lo que nos importa, señor presidente, a los ecuatorianos: la vida.

Pero Lasso, en su infinito narcisismo y desprecio, reclama que quieren asesinar su reputación con el juicio político.

El mandatario se equivoca si con hacerse el sacrificado salvará el pellejo. Este es un juicio político y punto. Con 92 votos se va a su casa. Solo la muerte cruzada le dará oxígeno temporal.

La democracia no termina ni comienza con Lasso.

El presidente está pagando factura por su incapacidad para gobernar, sus traiciones, las torpes decisiones, y la toma y daca con los que hoy fungen como sus verdugos políticos.

La ignominia que sufrirá Lasso, un ferviente feligrés del Opus Dei, no se compara ni de lejos con el sufrimiento y dolor de los familiares de las víctimas de la inseguridad. Al jefe de Estado le falta fuerza testicular para combatirla.

Lasso está más preocupado de su honor, que de la vida de los ecuatorianos. Ese es Lasso.